8 de septiembre de 2009

Revista Vanidad

Martín Rivas, los 24 fabulosos
Porque en Vanidad creemos en la conversación mucho más que en las entrevistas, la que mantuvimos con Martín nos descubrió que su belleza apolínea no es tan críptica como parece. Él confiesa. Traidores de nosotros, le delatamos contándotelo todo.

Martín y sus cosas
A Martín todo el mundo le dice que es una persona tímida, cuando él no está muy seguro de que esa afirmación sea cierta. “Me dicen qué gallego eres, qué callado. Eso es una tontería, es como presuponer que todo el mundo que vive en Serrano tiene que vestir bien”. Lo que sí es, es muy reflexivo, le da muchas vueltas a la cabeza e, incluso, dice tener desde pequeño un sentido de la responsabilidad y culpabilidad muy grande. No le cuesta nada pedir perdón, no es nada orgulloso en ese sentido. Martín mete la pata muchas veces porque “soy un bocazas”. Sin embargo, luego no tiene problemas en reconocer que se ha equivocado. No hay nada en concreto que le atormente, aunque hubo una época especialmente hipocondríaca en la que se obsesionó con la radiación, “la simple idea de acercarme a una fotocopiadora o poner el microondas me ponía de los nervios”. Martín no sabe mucho de diseñadores, lo que le gusta de verdad es la ropa. Marc Jacobs, David Delfín o las prendas de Engineered Garments, una marca que descubrió en Sportivo, una de las tiendas para chico más bonitas de Madrid. Va a mercadillos y tiendas de segunda mano, buscando lo más importante: diferenciarse.

Que la gente tenga inquietudes y sea respetuosa, que tenga un mínimo de educación y tacto, es lo que más valora a la hora de relacionarse con los demás. Valores que, por otra parte, él mismo trata de ejercitar. La palabra favorita de Martín es “bagalume”, que en castellano significa luciérnaga. Aunque las turbulencias de los aviones para Martín no tienen ninguna gracia, ha viajado a La Habana, el Sáhara, Nueva York y París, todos ellos ya convertidos en lugares preferidos. Si alguna vez se decidiera a comprar una casa en Madrid, lo haría en Malasaña o en La Latina. Precisamente, un puesto callejero de pizzas “take away” de uno de estos barrios fue el que le alimentó durante varios meses.

Martín y el día a día
Cuando no está grabando 12 ó 13 horas diarias trata de recuperar todas esas cosas que ha dejado de lado. Pone lavadoras, pasea, hace alguna compra pendiente... “Ocuparme de la hacienda, es lo que hago, sí...”, sonríe.
Y, aunque suene increíble, la gente le reconoce por la calle hasta con el casco de la moto puesto. Martín no conduce, atraviesa la ciudad en Vespa.
Para él la gente de Madrid es muy educada y amable hasta que se pone al volante, entonces se transforma, cosa que encuentra“normal porque aquí hace mucho calor”. Cuando camina lo hace en línea recta y pensando en sus cosas. Hay horas y sitios que trata de evitar. Que todo el mundo te reconozca y señale debe ser una experiencia muy fuerte de vivir, así que sabiamente concluye que nunca se pondría a las 5 de la tarde en la puerta de un instituto ni iría a macrodiscotecas, pero es que eso tampoco lo hacía antes. La fama conlleva a veces situaciones tan absurdas como el día en que una mujer le discutió a su propia madre el lugar en el que Martín había nacido. Tiene grandes compañeros como Tamar Novas y su novia también es actriz; aún así sus amigos no son actores: “Creo que me conviene airearme un poco y no hablar siempre de los mismos temas, acabas por pensar que esta profesión es lo más importante del mundo y en realidad no lo es”. Cuando le preguntamos a Martín si las sesiones de fotos no le cansan o si contar su vida y sus cosas no le produce desgaste, él contesta diplomático que es el peaje que sabe que debe pagar por hacer lo que más le gusta, interpretar.
Hay algo que no soporta, una serie de preguntas tediosas que, por una inexplicable razón, le hacen reiteradamente. Éstas son: a qué edad, cómo y a quién dio su primer beso y en qué momento dijo lo de tierra-trágame.
Otra cosa por la que nunca pasaría sería posar, como varias veces ya le han sugerido, abrazando un osito de peluche o chupando una piruleta.

Martín y la tecnología
Martín tiene toda una teoría acerca de la tecnología. Cuanto más pequeño sea un móvil, más caro ha de ser. Lógico, tiene la misma que el resto, pero más comprimida y el diseño es más avanzado. El que él utiliza es pequeño y no demasiado juvenil. No le gusta ir con el “ladrillo” en el pantalón, así que cuanto más simple, mejor. Reconoce que le encantaría tener un iPhone, pero sólo si llevara bolso. Para las chicas, en su opinión, es todo más fácil. Acaba de abrirse una cuenta en Facebook que apenas utiliza, “por eso de que todo el mundo la tiene”. De hecho, le han contado que ya hay varias registradas con su nombre. Así que la suya es con otro. Y no nos lo va a desvelar, ¿verdad? “Eh... No”. Martín no ve casi nada la tele pero, eso sí, compra muchas series, principalmente del HBO americano; sus favoritas son “The Wire”, “Mad Men” y una de descubrimiento reciente, “House of Sadam”, que trata ni más ni menos que de los últimos días de vida de Sadam Hussein.

Martín y la interpretación
Su primer contacto con este mundo fue con ocho años. Él no se acuerda demasiado, pero sus padres le cuentan que toda la familia se trasladó a vivir a Dublín durante un año y allí protagonizó una obra de teatro escolar. “Fue curioso porque el argumento trataba de un hombre que venía de la Irlanda profunda y llegaba a la capital y se sentía perdido, reflejaba el choque entre lo rural y lo urbano”, recuerda, “y, curiosamente, me eligieron a mí para hacer de irlandés cuando yo era el único del colegio que no lo era. Igual fue por rubio o porque hablaba con acento raro...”. El quid de la cuestión en esta profesión está para Martín en no planificar de antemano tu carrera. Él también tiene objetivos y sabe que quiere trabajar con gente que le pueda enseñar cosas, pero lo mejor es tomar decisiones en función de cómo te van viniendo las cosas: “Si tienes una carrera diseñada en tu cabeza y luego las cosas no se cumplen como habías pensado, la frustración es enorme”. En casa de Martín nunca se ha producido la típica conversación de “mamá, papá, quiero ser actor”. Acerca del boom de jóvenes actores gallegos, él se muestra cauto: “Hemos hecho muy pocas cosas, el tiempo dirá si nos hemos sabido mantener ahí y hemos logrado aportar algo, tanto a nivel nacional como regional. Me alegro mucho de que por un camino u otro nuestros destinos hayan desembocado en el mismo mar”. Si en el futuro Martín sólo hiciera cine nunca renegaría de su pasado televisivo, cree que sería un desagradecido y un soberbio si adoptara esta actitud. “Creo que hay gente muy valiosa trabajando en televisión.
Sí, es cierto que algunos espacios aportan poco al interés general, son como el patio de luces de un edificio. Pero también es cierto que estamos muy acostrumbrados a prejuzgar y creer que quien hace televisión es malo y quien hace cine o teatro, bueno. Hay un culto al celuloide exagerado. Por el hecho de que algo esté grabado en un negativo no ha de ser mejor necesariamente. Yo
he visto películas muy malas”, dice, “y estoy muy contento donde estoy. Creo que ‘El Internado’ es una serie estupenda, y muy digna. Hay actores muy puristas que dicen que sólo harían teatro y luego están haciendo vodevil o comedieta. Entiendo que alguien rechace la tele para interpretar a Ionesco o Beckett, pero no por estar encima de un escenario. Lo importante no es el medio para el que trabajes, sino que lo que hagas merezca la pena”.

Martín y el futuro
Durante el próximo año Martín seguirá con “El Internado”, tiene ya todo un año cerrado por delante. Por lo demás, lo que más le gustaría sería aprender a dar saltos mortales, “tener un mes libre y dedicarme solo a eso. Me imagino que hay escuelas de circo con colchonetas donde enseñen eso. Donde dividan el movimiento en pasos y vayas aprendiendo cada uno hasta completar todo el ejercicio”.

Este año hemos visto a Martín Rivas en “El internado” y en “La Wikipeli”, y
pronto le veremos en “El sexo de los ángeles”.





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